martes, 3 de diciembre de 2013

Silencio

Condenado a un eterno vacío, subyugado por las cadenas de la familia, avanzo lentamente arrastrando las cadenas del silencio. Mi voz no vibra, no emite sonido, me es imposible vocalizar. Cuerdas vocales cortadas con las tijeras de la desdicha, condenándome a guardar silencio mientras mi corazón guarda y padece el sufrimiento de no poder opinar, de no poder expresarse. Viviendo en un mundo sumergido en la desgracia del más astuto, dando todo mi querer a las personas que con el pretexto de "Ser bueno para mí" me dañan sin darse cuenta, eligiendo por mí, respirando por mí... viviendo por mí....

Las cadenas, manejadas por mi familia, me conducen a todos lados, apartándome de mi verdadero yo, como si fuera un perro falto de educación, condenado al silencio por querer opinar. No es sino injusto que la voz de unos cuantos oculten de forma indiscriminada la voz de uno, pues es esa voz la que nos hace humanos. Mediante la voz nos comunicamos, nos conectamos de forma intangible a otra persona para dialogar, discutir, enseñar...

El hombre al que silencian deja de serlo, pues al no poder hablar no puede comunicarse, no puede transmitir conocimientos, quedando aislado de los demás, esperando a morir sin haber podido decir nada.

Esta es la cárcel a la que muchos inocentes son enviados involuntariamente, por aquellos que dominan el mundo, glorificados y respaldados por sí poder hablar y ser escuchados.

Mi voz se apaga, se vuelve insonora, como si nunca hubiera existido. La voz que siempre tuve se marchita con el paso del tiempo, siendo aplastada por ellos que me "quieren". Lentamente abro mi boca y suspiro, de ella sale aire, pero ni un sonido. Grito con todas mis fuerzas, esperando a que alguien me escuche, pero sin resultado, pues...

                                       ...Mi voz ha muerto...

No me queda más remedio, pues, que esperar eternamente a que algún día mi voz vuelva a mí de aquellos que me la aprisionan, vagando por un mundo silencioso, sin poder mediar palabra.

miércoles, 17 de abril de 2013

Amargos recuerdos...


Mientras espero a que mi alma desaparezca de este mundo, el agua cristalina del mar refleja una escena que cualquier ser humano odiaría volver a ver en su vida: la muerte de un ser querido.
Una imagen mía cuando era un niño, al lado de la cama de mi abuela, viendo su exánime cuerpo. Ella era todo un mundo para mí, alguien que me enseñó más de lo que mis padres pudieron enseñarme, pero nunca se lo pude agradecer lo suficiente. Siempre pensaba que al día siguiente la volvería a ver, hasta que llegó ese fatídico día en que recibió la llamada de la muerte y yo, ajeno a todo lo que ocurría, esperaba a que llegara la mañana siguiente para volver a jugar con ella. Al llegar a su casa, mi familia estaba apesadumbrada, había un ambiente apagado, triste, sin vida... Entré en su habitáculo y la encontré, pálida como la nieve, tumbada en su cama, inmóvil, inerte... Mi mente no comprendía la situación en que me encontraba, de mi boca sólo salían las palabras "Abuela, he venido a jugar contigo", "¿Abuela, hoy me enseñarás a hacer pan?", pero por más que insistía, mi abuela no se estremecía de su sitio y mi madre por detrás, me susurró: "Hijo, el alma de tu abuela ya no está entre nosotros". En ese momento comprendí todo y mis gritos de pena y amargura era lo único que se escuchaba en la casa...

Esa imagen vaga de nuevo por mi mente, destrozando los vestigios de mi corazón, reviviendo mis remordimientos, duplicando mi dolor...
En un golpe de desesperación, grito con tal fuerza que hasta el agua del mar vibra y borra esas imágenes de mi pasado, un pasado que no querría volver a vivir....

domingo, 24 de marzo de 2013

Me hallo ante un gran paisaje blanco, un extenso páramo helado en el que la vida es imposible, el aire  mueve lentamente mi alma hacia delante, dejando tras de sí una estela de soledad, tristeza y desgracia. Me giro hacia atrás, observo el camino que jamás podré volver a caminar, sabiendo que si lo hago me encontraré con la cruel realidad, esa realidad en que fui tan idiota para no saber decidirme, esa realidad que me es ahora inalcanzable ya que no podrás estar a mi lado. Ahora mi siguiente parada se halla en el gélido corazón de este mundo invernal, en el cual me acogeré a la fatídica mano del destino, sin esperar nada del presente, pasado y futuro.

Miro mis manos, en ellas están grabadas las palabras "Cobarde" y "Mentiroso", cierro los puños con fuerza, esperando así poder destruir un vestigio de mi pasado que desearía no poder recordar. Mis ojos se nublan, de ellos brotan  lágrimas de arrepentimiento que, mientras caen a la nieve, lentamente se convierten en perlas de hielo, se fragmentan y esparcen por el mundo gracias a un viento llamado "Esperanza".

Lentamente me hundo en las congeladas aguas, encerrándome en una cárcel de hielo esperando encontrar un aislamiento perpetuo sabiendo que nadie vendrá a rescatarme, a sacarme de mi infinita desdicha y soledad. Ante mis ojos, el fondo del mar me obsequia con la imagen de un mundo vacío, yermo, burlándose de mi y mostrándome lo que me espera el resto de mi etérea existencia.
Y como un alma errante, comienzo mi largo camino por un mar de desgracia y amargura, en un eterno ciclo de desazones.
Mi alma, inmortal, regresará a este mundo para volver a sufrir la vida solitaria y apesadumbrada de un ser no correspondido, olvidado, vacío...