Las cadenas, manejadas por mi familia, me conducen a todos lados, apartándome de mi verdadero yo, como si fuera un perro falto de educación, condenado al silencio por querer opinar. No es sino injusto que la voz de unos cuantos oculten de forma indiscriminada la voz de uno, pues es esa voz la que nos hace humanos. Mediante la voz nos comunicamos, nos conectamos de forma intangible a otra persona para dialogar, discutir, enseñar...
El hombre al que silencian deja de serlo, pues al no poder hablar no puede comunicarse, no puede transmitir conocimientos, quedando aislado de los demás, esperando a morir sin haber podido decir nada.
Esta es la cárcel a la que muchos inocentes son enviados involuntariamente, por aquellos que dominan el mundo, glorificados y respaldados por sí poder hablar y ser escuchados.
Mi voz se apaga, se vuelve insonora, como si nunca hubiera existido. La voz que siempre tuve se marchita con el paso del tiempo, siendo aplastada por ellos que me "quieren". Lentamente abro mi boca y suspiro, de ella sale aire, pero ni un sonido. Grito con todas mis fuerzas, esperando a que alguien me escuche, pero sin resultado, pues...
...Mi voz ha muerto...
No me queda más remedio, pues, que esperar eternamente a que algún día mi voz vuelva a mí de aquellos que me la aprisionan, vagando por un mundo silencioso, sin poder mediar palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario